Mon en su siglo*
1. A
estas alturas del bicentenario del nacimiento de Mon no
hay más bibliografía sobre el conjunto de su figura
humana y política que la monografía que redacté con
ocasión del centenario de su muerte y que ha publicado
en tercera edición revisada el Real Instituto de
Estudios Asturianos (1). Allí aporté datos inéditos.
fruto de investigaciones en archivos, a pesar de que Mon
ordenó la destrucción póstuma de sus papeles y de que,
como atestiguó Natalio Rivas, el archivo de Hacienda
(casi un millón de legajos) fue voluntariamente
destruido en el Madrid republicano entre 1937 y 1939. El
pasado 17 de julio, un profesor de la Universidad de
verano Marqués de Santillana afirmaba en Guadalajara que
hasta la aparición de mi monografía Mon era "una
nebulosa". Deseo que su imagen se precise aún más
con ocasión de este aniversario, para cuya
conmemoración se ha constituido una numerosa Comisión
Nacional de notables personalidades a la que no
pertenezco. Espero que mis estudios sirvan de urdimbre y
guión para trabajos posteriores.
2. Alejandro Mon vive casi todo el siglo XIX, el más
convulso y decadente de la historia de España desde la
caida del reino visigodo. Nace a principios de 1801. Su
niñez se desarrolla en una trágica etapa patria. En
1802 se vende Trinidad a Inglaterra, que utiliza la isla
como escala para intensificar su agresión a los
virreinatos hispánicos. Tres años después, nuestra
flota es derrotada en Trafalgar y perdemos el control de
las vitales comunicaciones tras-atlánticas. Casi al
mismo tiempo se entrega el reino borbónico de Nápoles a
Napoleón para que allí reine su hermano. En 1807
nuestro Fernando, heredero del trono, urde una conjura en
El Escorial para destronar a su padre. Se autoriza el
paso del ejército del mariscal Junot que, con el
pretexto de atacar a Portugal, ocupa decisivas posiciones
en España. La amenaza francesa es tan acuciante que
Carlos IV proyecta su huida a América, como hicieron,
con temporal éxito, los Braganza lusitanos. En 1808 el
motín de Aranjuez, con la complicidad de Fernando,
induce a Carlos IV a abdicar. Semanas después se alza el
pueblo español, y se inicia la guerra de la
Independencia, en parte civil, pues una fracción de la
clase dirigente se pone al lado del corso. El 5 de mayo,
en una acción ignominiosa, Carlos IV y Fernando VII
ceden a Napoleón la Corona de España, que ceñiría.
José Bonaparte.
Mon acaba de cumplir siete años cuando un 2 de mayo se
inicia el alzamiento nacional y, dos semanas después, se
constituye la primera Junta de Defensa, la de Asturias.
Cuenta sólo trece años cuando se firma el alto el fuego
en 1814 y retorna Fernando VII para, aclamado por el
pueblo, dar el golpe de Estado que restaura el
absolutismo. El felón monarca traiciona, se ensaña con
sus adversarios, promueve una oscura camarilla, y se
corrompe en la operación de compra de inservibles
navíos rusos.
3. Mon cursa leyes en la Universidad ovetense cuando
Fernando VII vende Florida a Estados Unidos, con lo que
liquida la presencia hispánica en el norte de América.
En 1820 Riego, apoyado por las logias de inspiración
franco-británica, se pronuncia e impide que un ejército
de socorro zarpe hacia América para intervenir en la
guerra civil entre criollos y peninsulares cuyo último
acto sería la teatral batalla de Ayacucho (1824) donde
se consumaría la liquidación virreinal. El joven
licenciado, que ha nacido ciudadano del mayor Imperio
conocido, alcanza la mayoría de edad en un país
marginal que bruscamente ha descendido a la condición de
sujeto pasivo de la gran política.
Su padre, Miguel de Mon y de Miranda, de hidalga familia
asturiana, es un prestigioso abogado que reside en una de
las casas principales de Oviedo, construida a finales del
siglo XVIII y que se conserva casi intacta en el número
veinte de la hoy denominada calle de Mon, antes de
Herrerías. El joven Mon, hijo de su tiempo, se inscribe
en la Milicia Nacional y participa en algaradas cuando el
rey, apoyado por un ejército francés, suspende la
Constitución de Cádiz en 1823. Es procesado y condenado
por la Audiencia de Oviedo, abandona Asturias y evita la
detención. Este episodio no deja huella ni ideológica
ni política en Mon, que militará toda su larga vida en
partidos conservadores. Jamás esgrimió ese
"mérito" liberal cuando le atacó Mendizábal
en 1837 o cuando Espartero le condenó al ostracismo
político en 1840 y en 1854. El silencio de Mon sobre tal
anécdota es absoluto y, más que olvidar, borra.
Alejandro y su fraternal amigo Pedro José Pidal,
intelectual frustrado por la política, se trasladan a
Madrid, en donde Mon asciende a secretario de la
Superintendencia en 1833 (el futuro cuñado retornaría a
Asturias). Es una hora patria muy dificil porque ha
estallado la primera guerra carlista que consumiría
tantas energías nacionales. Poco antes, en 1827, se ha
librado la guerra civil de los Agraviados, y en 1830
Fernando VII ha ordenado el cierre de las Universidades.
España se ha convertido en el enfermo de Europa.
En septiembre muere el Rey. Ha vuelto del exilio el
asturiano conde de Toreno, que sería ministro de
Hacienda en 1834 y presidiría el Gobierno en 1835. Y Mon
es nombrado para el importante cargo de Intendente en
Granada, la primera autoridad del Departamento en la
provincia. Esta experiencia a los 33 años le revelaría
las interioridades de la fiscalidad española. Mon padece
de cerca la desamortización decretada por el masón
Mendizábal, con el que se enfrenta. Desde la oposición,
Mon se consagra a la política y obtiene su primer acta
de diputado por su natal Oviedo para las Cortes
constituyentes de 1836-37. Es reelegido para las Cortes
de 1837-39. Destaca en las filas moderadas por su talento
y preparación. Vicepresidente del Congreso en 1837 y, al
año siguiente, el gran salto político: un Ministerio.
Son los tensos años de la primera guerra carlista, la
del septenio, entre 1833 y l840.
4. Mon es hombre de su romántico siglo. En el ministerio
de Hacienda conoce a la joven esposa del funcionario
Domingo de Torres, que en 1834 llegaría a Director
General de Rentas, nacido en 1772, un cuarto de siglo
mayor que su mujer. Se enamoraron la atractiva Rosita y
el apuesto Alejandro, casi de la misma edad. Es dificil
precisar cuándo se inició el idilio, en mi opinión
años antes de la crisis provocada por el embarazo de
Rosita cuando su marido estaba tan gravemente enfermo,
que fallecería en enero de 1838, antes de que naciera el
tercer hijo de su esposa. Mon llevó a la recién viuda a
París para que discretamente diera a luz un hijo
adulterino, a quien se puso el nombre de su verdadero
padre, Alejandro. En las circunstancias de la época, el
hecho del embarazo de la dama fue dramático para el
amante, que era Ministro y cuñado del catolicísimo
Pedro José Pidal. A él escribió Alejandro una
dramática carta, que he publicado en otra ocasión, en
la que declaraba: "Soy el más desgraciado que haya
en el mundo. Si supieras la pena que me aflige y el
ningun remedio de disipar la causa que lo produce, tal
vez me comprenderías. No tengo valor para quitarme la
vida; por lo demás las consecuencias de no existir me
son agradables, existir no". Mon cuidó siempre de
los hijos de Rosita. Al mayor, Camilo, lo hizo
funcionario de Hacienda y falleció en Filipinas; al
segundo, Emilio, lo hizo diplomático y exigió que le
acompañara como secretario a la Embajada en la Santa
Sede, y dos veces a la de París; al tercero, Alejandro,
que reconoció y finalmente legitimó por rescripto real,
también lo llevó a la diplomacia y luego le cedió el
acta de Oviedo donde fue reelegido once veces hasta que
falleció sin hijos y legó sus bienes a su hermano
Emilio, que tuvo descendencia.
¿Por qué Mon, que era soltero, no quiso contraer
matrimonio con su amante que acababa de enviudar? Las
relaciones con ocasión del embarazo final debieron ser
tensas, aunque siempre socialmente conservadas, por lo
menos a través de la siguiente generación. Mon mantuvo
su secreto hasta los últimos años. Quizás fuera ese el
motivo de que en 1846 no aceptara el título de conde de
Mon y dispusiera, luego, la quema de su archivo personal.
Desde la intimidad, la persona de Mon se inscribe en la
época, entre levítica y romántica.
5. El moderado conde de Ofalia ofrece a Mon la cartera de
Hacienda, de la que toma posesión en diciembre de 1837.
La primera guerra carlista atraviesa un momento decisivo,
y los esfuerzos de Mon se centran en allegar recursos
para las tropas isabelinas. Emite en 1838 un empréstito
extraordinario por quinientos millones de reales, y fija
en más de seiscientos millones una contribución
extraordinaria de guerra. El 6 de junio de 1838 dirige
una circular a los intendentes provinciales, instándoles
al máximo celo, y les dice: "sigo y vigilo todas
las operaciones". La grave coyuntura nacional le
obliga a ser el gran recaudador. Entonces tiene ocasión
de comprobar las deficiencias de la Hacienda del Antiguo
Régimen. La victoria de Espartero en Bilbao mueve al
general carlista Maroto a firmar la paz de Vergara
(1839), que equivale a una rendición y, según los más
leales al Pretendiente, a una traición.
Mon había vivido muy de cerca los catastróficos e
inicuos efectos de la desamortización, aún no
plenamente ejecutada cuando llegó a ministro de Hacienda
por primera vez en diciembre de 1837. Aunque la cuestión
primordial fuera financiar la guerra civil, Mendizábal,
resentido por su caída y dolido por su fracaso técnico,
se convirtió en un ariete contra Mon, incluso en las
ocasiones menos procedentes. "A todo se opone",
le reprochó Mon en junio de 1840 desde el banco azul. La
discusión llegó a ser sumamente agria cuando
Mendizábal acusó a Pérez Castro de haber servido a
Fernando VII, recurso polémico que Mon consideró
innoble. Mendizábal, que era pendenciero y se había
batido a pistola con un Istúriz pasado al moderantismo,
desafió a Mon que recogió el guante y se batió a
finales de aquel mes. No sólo se enfrentaban dos
adversarios políticos, sino dos mundos. Mon hidalgo,
cristiano viejo y conservador, Mendizábal hijo de unos
traperos con ascendencia judía, anticlerical, masón y
revolucionario.
Una de las tareas recurrentes de Mon en sus diversos
mandatos fue reparar en lo posible las negativas
consecuencias de la desamortización, a cuyo efecto
suspendió la venta de bienes eclesiásticos, aprobó las
dotaciones del clero y las institucionalizó por la via
presupuestaria. En abril de 1845 decidió la devolución
de los bienes no enajenados, y en agosto de 1846 el
reintegro a los respectivos obispos de las alhajas aún
no fundidas. Respecto a la Iglesia, Mon fue la antítesis
de Mendizábal, restañó muchas heridas e hizo posible
la normalización de relaciones con la Santa Sede y la
firma del Concordato de 1851.
Pero en 1840 Espartero llegó al poder, y con él los
liberales. Expulsó a la reina gobernadora María
Cristina, desprestigiada por su enlace y su corrupción,
y se constituyó en regente con poderes casi absolutos.
Poco antes había exigido la destitución de Mon como
ministro de Hacienda, en julio de 1838. Durante el
trienio esparterista, autodenominado
"progresista", Mon atraviesa el primer desierto
político de su vida, y no es elegido diputado ni en
marzo de 1841, ni en abril de 1843.
Generales y políticos de variado signo unieron sus
heterogéneas fuerzas, y Serrano se pronunció en junio
de 1843. Acaba de iniciarse el reinado de Isabel II,
declarada mayor de edad a los trece años. Narváez
venció a los esparteristas en Torrejón de Ardoz, y el
regente hubo de exiliarse a Inglaterra. El curso de los
acontecimientos favorece a Mon, que recupera su acta por
Oviedo a finales de 1843. El ex ministro, que cumplía
cuarenta y un años, estrecha sus relaciones con el
gobernante español más importante de aquel momento, y
quizás del siglo, el general Narváez que, cuando asume
la presidencia del Gobierno en mayo de 1844, ofrece a
Mon, el experto hacendista, la cartera de su
especialidad.
Narváez y Mon eran hombres orgullosos e impulsivos. Es
lógico que a veces discreparan y que los liberales
trataran de romper su alianza; pero jamás lo
consiguieron. He revisado la correspondencia inédita
entre ambos y sólo he encontrado amistad y solidaridad
moral y política. Constituyeron un binomio muy eficaz.
Narváez aportaba el poder y Mon la técnica. La gran
reforma de la Hacienda pública habría sido imposible
sin la conjunción de ambos factores: la enérgica y
determinada capacidad del civil Mon y la potestad casi
soberana y el sentido estatal del general Narváez.
6. Mon acaba de cumplir cuarenta y tres años cuando, en
la plenitud de sus facultades y con gran experiencia
hacendística, resuelve acometer lo que antes nadie
había podido realizar, la adecuación de las finanzas
públicas al Estado moderno. Primero tuvo que convencer a
Narváez, que estaba decidido a actuar enérgicamente
para enderezar el curso nacional. Fue un buen argumento
preparatorio la colaboración de Mon en la reforma
constitucional de 1843, que modificaría parcialmente la
ley fundamental de 1837, obra de los liberales que
desustanciaban la Corona y robustecían el ejército
paralelo de la Milicia Nacional. Hubo de convencer al
Gobierno, pues la operación era muy arriesgada. Allí
contó con el incondicional apoyo de su cuñado Pidal y
de otros colegas, sensibles a la faceta técnica de la
gobernación. Luego vinieron los meses de intenso trabajo
para elaborar los textos legales en un Departamento que
sólo contaba con 32 funcionarios. Mon se quedaba hasta
altas horas de la noche en su despacho. "No
descanso" había declarado en diciembre de 1844 ante
las Cortes. Era el impulsor de la gran operación y no
podía darse ocio. El 8 de enero de 1844 leyó ante el
Congreso la exposición de motivos de la reforma, sólo
ocho meses después de su toma de posesión. Para acción
de tal envergadura es dificil encontrar un precedente de
celeridad y eficacia en la Administración española del
siglo.
Luego, la batalla parlamentaria en la que la minoría
liberal no concedió tregua. Mon alzó su voz para
defender su reforma, la cuantía de cada partida y la
redacción de cada artículo. Estuvo tajante y decidido
hasta pecar de altivez e intransigencia. Se opuso a
cualquier intento de modificar las líneas maestras de su
proyecto. Los liberales se aferraron al argumento
populista de que aumentaría mucho la presión fiscal
sobre el ciudadano. La respuesta de Mon fue contundente y
demoledora: el 8 de mayo prometió retirar el proyecto si
alguien le demostraba que era mayor el gravamen
resultante de la nueva contribución territorial.
Aquellos retóricos no pudieron aportar ninguna cifra
convincente. Mon combatió en todos los terrenos donde la
oposición le presentó batalla, y venció, no sólo por
el respaldo de la mayoría moderada, sino
dialécticamente. Si de algo pecó fue de
irreductibilidad y de dureza.
La ley de Presupuestos de Mon fue promulgada el 23 de
mayo de 1845, una fecha histórica para la Hacienda
española. Una semana antes, la oposición liberal, a la
desesperada, había organizado en diversas localidades
manifestaciones de gentes que gritaban "¡Muera
Mon!". La de Madrid en torno a la Puerta del Sol se
convirtió en motín, y hubo de reducirla la guarnición
mandada por el Gobernador militar Fernández de Córdoba.
Pontevedra era un feudo monista gracias a la activa
presencia de Miguel Mon Alvarez Castrillón (1814-1875),
primo del ministro, que le había designado Administrador
de Hacienda en la provincia (ese era ya su título en
1886). De don Miguel desciende la única línea que
conserva el nombre y el apellido (Alejandro Mon Landa,
1854-1915, Alejandro Mon Landa junior, 1886-1952, y
Alejandro Mon Munáiz, 1929). En Pontevedra el Jefe
político, homólogo de los posteriores Gobernadores
civiles, publicó un bando en el que declaraba enemigo
del Estado a quien se manifestara contra la reforma
tributaria. Fue una auténtica conmoción nacional; pero
la racionalidad se impuso sobre la demagogia.
Su acción fue mucho más que una reforma tributaria ya
que reorganizó el Tesoro, reestructuró el Departamento,
saneó la Deuda Pública, resolvió la crisis financiera
de la desamortización, racionalizó los Presupuestos e
instituyó el Banco de San Fernando como Banco oficial y
origen del futuro Banco de España, luego nacionalizado
por Franco. Fue una revolución creadora.
7. Urge casar a la reina, que acaba de cumplir dieciséis
años, para consolidar la sucesión, puesta en entredicho
por la escisión carlista. Es una cuestión de Estado que
se convierte en europea porque hay candidatos de diversas
nacionalidades, patrocinados por potencias rivales. El
preferido de la reina madre es un hijo de Luis Felipe de
Orleans, rey de Francia; pero ante la oposición interior
y exterior, se inclina por el conde de Trapani, hijo de
Francisco I de Borbón rey de las Dos Sicilias. La
mayoría gubernamental moderada no logra la unanimidad y
se divide. Narváez se había opuesto al candidato
francés, y Mon se opone al italiano, ridiculizado por la
opinión pública. Mon y sus amigos políticos publican
el 11 de febrero de 1846 un manifiesto contra Trapani y,
al día siguiente, dimite Narváez como presidente del
Gobierno, y Mon cesa como ministro de Hacienda. Mon que,
con Istúriz como presidente, retorna por sólo nueve
meses a su ministerio en abril de 1846, interviene en el
Congreso (17-IX-1846) a favor de la decisión familiar de
elegir a Francisco de Asis de Borbón, primo de la regia
novia. Moderados y liberales habían coincidido en
rechazar al príncipe carlista conde de Montemolín. La
solución dada a la cuestión matrimonial fue un error
que, entre otras calamidades, provocaría la segunda
guerra carlista, prolongada, con discontínua intensidad,
hasta 1860, y desencadenaría la escandalosa promiscuidad
de la soberana.
8. Desde su cese en Hacienda el 12 de febrero de 1846, se
instala en sus laureles como uno de los gobernantes más
sobresalientes del partido moderado. Vuelve a recuperar
su Departamento en 1848. Casi por unanimidad había sido
elegido Presidente del Congreso en noviembre de 1847. Mon
sufrió un revés con su proyecto de ley (5-V-1849) para
asegurar, mediante una subvención del 6% de la
inversión, la terminación del ferrocarril
Madrid-Aranjuez, amenazada por la crisis de su
financiador el marqués de Salamanca, deudor de
veinticinco millones al Banco de San Fernando. Tras
largos debates parlamentarios, el Senado rechazó por una
estrecha mayoría el proyecto el 7 de julio de 1849. Mon
apoyó en 1864 la construcción del ferrocarril
Gijón-León de extraordinaria importancia para la
industrialización de Asturias.
Rechazó la cartera en 1854 porque entendía que no era
grato a Isabel II, que lo había vetado en 185l. Las
veleidades reales no alteran su monarquismo radical. Pero
en junio de l854 se pronuncia O'Donnell en Vicálvaro,
asistido de un joven Cánovas liberal, y asume el poder
por segunda vez el símbolo del llamado progresismo, el
general Espartero. Mon no es elegido para las Cortes
constituyentes de 1854. Es la segunda travesía del
desierto político, esta vez más breve y grata.
En ese momento Mon se acerca al sector privado y acepta
el nombramiento de presidente de la entidad financiera
-Sociedad Española Mercantil- que el grupo Rothschild ha
constituido para financiar el ferrocarril Madrid a
Zaragoza y Alicante, del que también Mon asume la
presidencia. Participa así en la importante operación
de dotar a España de infraestructuras ferroviarias. Pero
su decisión más trascendental es suscribir el 6%,
equivalente a 360.000 reales, en la Sociedad Metalúrgica
Duro, constituida en 1857 con un capital de seis millones
de reales por el banquero madrileño Vicente Bayo (44%),
los hermanos Pedro y Julián Duro (28%) y Pedro Victoria
de Lecea (13%). El resto lo suscribieron, como
accionistas de responsabilidad limitada a sus
participaciones, Pidal, Camposagrado y Mon. Para este
último fue una inversión no rentable que pronto cedió
a su cuñado, cuyo hijo llegó a presidir la entidad. Es
una suma que representa la mitad del que sería su sueldo
anual como embajador en París. Mon en 1845 había
favorecido la importación de maquinaria para la
siderurgia de Mieres, y había promovido nuevos hornos
altos en Trubia. Ahora patrocina la acción que va a
determinar la conversión de la Asturias minera y
campesina en una región industrializada. La siderurgia
asturiana no deja de crecer, sobre todo durante la era de
Franco y, aunque ahora se haya reducido a mínimos,
todavía conserva testigos del pasado esplendor. En 1863
Mon fue designado consejero de la Real Sociedad Asturiana
de Minas, de viabilidad tan problemática que acabó
transformada en Asturiana de Zinc.
Mon vuelve a sus tranquilos laureles, ministro casi
Presidente en 1856, embajador ante Napoleón III, cuya
promoción a emperador ha subvencionado un Gobierno de
Narváez. Rechaza la Presidencia en 1864. Al fin
Presidente durante menos de un año desde marzo de 1864;
entonces llama a Cánovas para su primera cartera
ministerial; es un descubrimiento que define a Mon como
gobernante que no selecciona a los dóciles sino a los
capaces. Ha llegado al máximo escalón político. Vuelve
a aceptar la embajada en Francia, en 1866. Cuenta sesenta
y cinco años y es una figura destacada del París
imperial. Es la hora de las grandes recepciones en las
Tullerías presididas por la bella española Eugenia de
Montijo. Despectivo con los honores que le abruman, el 16
de septiembre de 1868 le llega la grave noticia del
pronunciamiento del almirante Topete, del ascenso del
general Serrano al poder y, días después, del
destronamiento de Isabel II, la reina que Aparisi
definió como la de los tristes destinos. Mon va a
recibirla a la frontera de Irún y la acompaña hasta la
capital de Francia, donde habitará el llamado Palacio de
Castilla. Se encuentra tan dichoso en París, tan por
encima de la pequeña política, que no dimite. Quizás
espere que esta vez los liberales sean liberales; pero no
es así. Es destituido el 14 de octubre, y cambia de
domicilio para convertirse en un simple emigrado
político. Son seis años de amable expatriación, en los
que se aleja del indecente entorno isabelino, pero presta
todos sus medios a la restauración de Alfonso XII. El
exilio no va a ser el final de una vida al servicio de
España.
Una costosa campaña de ganar voluntades, y el
pronunciamiento del general Martínez Campos instalan a
Cánovas en el poder a finales de 1874. Lo primero que
pide al recién instaurado monarca es el Toisón de Oro
para Mon, que es concedido el 12 de enero. El exiliado ha
de apresurar su retorno para recibir la máxima
distinción del reino. Declina el requerimiento de
Cánovas para presidir la Comisión que redactará la
Constitución de 1876, aunque forma parte de ella. Pronto
renuncia a su acta de diputado ovetense en favor de su
sobrino Luis Pidal y Mon, y Cánovas lo designa senador
vitalicio de nombramiento real en enero de 1878. Es la
retirada para dar paso a un nuevo modelo, la I
Restauración.
Mon se recluye en su casona de Oviedo, después de haber
sido todo en política, y de haber logrado ser uno de los
pocos gobernantes del siglo XIX que, con excelente nota,
pasan a nuestros manuales de Historia. Entre los viejos
muros que le han visto crecer, rodeado de amigos locales
y de su hijo Alejandro, vive sus últimos siete años. Se
olvida del Madrid de las Academias, los escaños y los
saraos. Inviernos lluviosos al abrigo de la chimenea del
salón; las campanas de la inmediata catedral; libros y
algun periódico de la Corte, apenas leído.
Mon envejece austeramente con su pensión de funcionario
público y con pequeños arrendamientos heredados. Recibe
los Sacramentos, y fallece el día de Difuntos de 1882.
Lega a su hijo Alejandro el patrimonio que había
recibido de sus padres, o sea, la residencia ovetense y
algun caserío. Es enterrado en un sencillo panteón en
el viejo camposanto de Oviedo y, cuando el cementerio es
destruido, hacia 1930, los descendientes de su madre
Menéndez de la Torre trasladan sus restos, con los de su
hijo, a la iglesia de San Nicolás en Bonsielles, donde
reposan bajo una sencilla lápida de granito cántabro,
con los escuetos nombres hoy apenas legibles. Así
finaliza la gloria de un honesto y eficacísimo servidor
del Estado, siempre desdeñoso y despreocupado por su
imagen en la Historia.
9. Durante la vida de Mon se sucedieron seis reinados
(Carlos IV, Fernando VII, José I, Isabel II, Amadeo I y
Alfonso XII), numerosos regentes (Infante don Antonio en
1808, Junta Central en 1808, Consejos de Regencia en
1810, Valdés en 1823, María Cristina de Borbón de 1833
a 1840, Serrano en 1843 y 1868, y Cánovas en 1874), y
cuatro presidencias de República (Figueras, Pi y
Margall, Salmerón y Castelar). Se libraron nueve guerras
civiles de muy desigual envergadura (de Independencia
entre 1808 y 1813, de la Regencia de Urgel en 1820, de
emancipación americana de 1810 a 1824, de los Agraviados
en 1827, las tres carlistas, la que se zanjó en la
batalla de Alcolea en 1868, y la de Cuba de 1868 a 1878).
Se produjeron seis guerras internacionales (Portugal en
1804, Inglaterra en 1805, Francia entre 1808 y 1813,
Marruecos entre 1850 y 1860, Méjico en 1861, y el
Pacífico en 1866).
Periodo convulso en el que, además, la nación padeció
treinta pronunciamientos, en su mayoría frustrados y
casi todos de signo liberal pues las izquierdas
decimononas sólo confiaban en generales para imponer su
ideología que carecía de arraigo popular. Esos
pronunciamientos fueron los de Espoz y Mina (1814),
Porlier (1815), Mina (1815), Lacy (1817), Riego (1820),
Vidal (1819), Guardias Reales (1822), Valdés (1824),
Bessieres (1825), Mina (1830), Torrijos (1831),
Manzanares (1831), Cordero
(1835), La Granja (1836), Fernández de Córdova (1838),
O'Donnell (1841), Bonet (1844). Zurbano (1844). Ruiz
(1846), Solís (1846), Gándara (1848), Regimiento de
España (1848), O'Donnell (1854), Latorre (1854), Prim
(1866 y 1867), Sargentos de San Gil (1866), Topete
(1868), Pavía (1874), Martínez Campos (1874). Si a
estos se añaden los palaciegos de Fernando VII en 1814 y
1823 contra la Constitución doceañista, sumarían 32.
En tal siglo Mon se forma sólidamente y lleva a cabo su
revolución legal, uno de los acontecimientos más
decisivos de la centuria, un hito que marca el paso de la
Hacienda del Antiguo Régimen a la de la modernidad.
Entre innumerables versatilidades ajenas, Mon se mantiene
fiel al partido moderado en el que militó desde los
años treinta. En medio de los avatares dinásticos,
permanece leal a la monarquía y a la dinastía
isabelina, incluso durante sus seis años de exilio
parisiense y de testigo de la desintegración moral de la
soberana. Cuando los pronunciamientos militares son el
instrumento principal de la política, no participa en
ellos y permanece en el ámbito civil. Frente a
descreimientos, sectas y movimientos antirreligiosos,
conserva la fe de sus mayores y ejerce activamente su
condición de católico desde los puestos que desempeña
dentro y fuera de España. Contra los taifismos, larvados
en el carlismo y resucitados al calor de la I República,
astur en ejercicio, encarna la conciencia nacional
unitaria. Honesto frente a las corruptelas y la
corrupción. Entre ambiciones personalistas, es un
político hábil; pero que no sacrifica ni la moral, ni
las convicciones, ni la eficacia para llegar y permanecer
en el poder. Casi tecnócrata y centrado en el ecuador
del partido moderado, sin complejos de inferioridad
ideológica.
Situado en su caótico siglo español, se manifiesta algo
de berroqueño en el carácter de Mon, inasequible al
oportunismo y al retoricismo que dominaban la política
nacional. En una centuria que se inicia con la derrota de
Trafalgar y finaliza con la de Santiago de Cuba, Mon es
como un excepcional fulgor de éxito. Fue, después de
Narváez, el gobernante más eficaz y uno de los más
respetables de nuestro siglo XIX. El tribunal de la
Historia, que sentencia poco a poco y con lentitud a
veces excesiva, va situando a Mon en el elevado lugar que
merecen sus extraordinarios méritos, a pesar de su
siglo, de balance tan negativo para España. Inserta en
el contexto de su tiempo, su eminente figura se enaltece
aún más.
Gonzalo Fernández de la Mora
* Ponencia en La Granda (Asturias), 31 de julio de 2001.
1 Vid. mi Alejandro Mon en la Academia de Ciencias
Morales y Políticas (Madrid 13-VI-1983) publicada en el
"Boletín de la Real Academia de Ciencias Morales y
Políticas", Madrid 1984, nº 61, págs. 173-192; en
"Razón Española" n°5, junio 1984, págs
59-82; y en"Homenaje a don Claudio Sánchez
Albornoz", Avila-Buenos Aires 1990, vol.VI, págs.
71-89; versión ampliada e ilustrada en VV.AA.:
"Académicos vistos por académicos", ed.
Academia, Madrid 1996, págs. 33-67; texto nuevamente
ampliado para la lección Alejandro Mon, un bicentenario,
en el Real Instituto de Estudios Asturianos (26-II-2001),
Oviedo 2001, 38 págs.
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