ALREDEDORES
de VALLADOLID
en bici de
montaña
o cómo descubrir la
belleza de un paisaje
Publicamos
aquí la experiencia de un
ciclista que ha recorrido los alrededores de la capital vallisoletana.
El trabajo fue vio la luz en 1995 gracias a la editorial Líneas
Universitarias, y se encuentra agotado. De momento, ofrecemos ahora la primera parte de aquel librito, que
facilita algunas claves para
entender y disfrutar ese paisaje, recorrido en cualquier época del año,
haga frío o calor, llueva o soplen los vientos, tan temidos por
cualquier ciclista. Y también incluimos cuatro rutas de las diez que ofrecía
la edición en papel.
Pero dejémosle que nos lo cuente;
así empezaba:
Al principio, el que esto escribe, esperaba ver en cada salida
simplemente el sol, o las nubes, los campos y los caminos. Luego
descubrió los árboles, distinguiendo las encinas de los robles, los
chopos de los álamos; más tarde supo que el páramo y la ribera
responden al sol y a la lluvia, y a cada estación del año, con más
fuerza que la abundante vegetación atlántica, cambiando el vestido y
de adornos según la ocasión propicia; y conoció que otros hombres
surcaron nuestras cañadas hace años y siglos, en dirección a las
sierras o a las dehesas, y que otros habitaron lugares de los que hoy sólo
quedan piedras desordenadas o, únicamente, el nombre; finalmente,
distinguió los pájaros por su canto...
Y es que, los arroyos, las piedras, los caminos, nos hablan en su
lenguaje y nos trasmiten parte de su felicidad esencial. Sólo tenemos
que contemplarles para oír su voz.
Algunos poetas lo expresaron sobriamente:
que en esta o aquella rosa
cumple su sino perfecto.
Feliz ella y feliz yo,
que la tengo.
Se trata, pues, de ayudar a descubrir esos tesoros ocultos que
luego resultan muy elocuentes. Daremos con el sentido primigenio de los
nombres de las cosas, encontraremos el significado directo de las
estaciones del año, y continuaremos, ya a nuestro aire, las pistas de
las primeras sugerencias.
Estas páginas quieren ser una ayuda, una guía. Confío
que mi experiencia pueda servir a otros ciclistas, animosos andariegos
o, simplemente lectores de temas vallisoletanos.
Luego, cada uno tendrá su propio ritmo y sus preferencias. Podrá
recorrer en una hora tres o dieciocho kilómetros, atravesar un pinar o
seguir una acequia, dirigirse a un merendero o a una playa, a una ermita
o a un guardaviña. O solamente pasear por pasear.
Por
eso no hablamos de si hay que utilizar casco o no, o tal tipo de
zapatillas, o beber aquel líquido isotónico. ¡Que cada uno haga lo
que quiera!, siempre que sepa escuchar el lenguaje de los prados, o de
las ruinas, tan románticas.
El
paisaje: los lugares y el tiempo
|
Los
lugares y la historia
Arte
y paisaje
|
SOLANA
DE LA MUELA , VILLABÁÑEZ Y PEÑALBA
LAGUNA
DE DUERO
ANIAGO
MUCIENTES
Este era, si mal no
recuerdo, el título de una película española. Sin
embargo, ojo con el verano. Pocos ejercicios hay tan cansados y,
en cierto modo tan
peligrosos como pedalear bajo el alto sol de julio o agosto. El calor puede
multiplicar el cansancio producido por el ejercicio físico y hacer
molesto un paseo que, en otra época, hubiera sido muy agradable.
Por eso, cuando salgamos en verano y, en general siempre que nos de con
fuerza el sol o las temperaturas sean elevadas, conviene beber abundante
agua o zumo de frutas que llevaremos en el bidón, reponiendo lo gastado
las veces que haga falta.
No recomendamos ir muy descubiertos. Más vale no
despojarse de la camiseta, pues protege bien de los rayos
solares y nos evitará una buena calorina. Tampoco hay que olvidar
el gorro o visera.
Tomando estas precauciones mínimas y refrescándonos en las fuentes
y cursos de agua, podremos
hacer frente a los calores
por elevados que sean.
Lugares muy aptos para pasear en esta época son todos aquellos que nos
ofrezcan algo de sombra: sendas con arbolado, canales
y acequias (suelen tener un camino
entre el curso de agua y la hilera de árboles, generalmente
chopos) y, naturalmente, ríos.
No se recomienda los pinares, que
suelen estar cubiertos de arena seca, enemiga declarada de los
ciclistas.
La sangre del ciclista
no se verá especialmente alterada por esta maravillosa época del año,
pero sí su espíritu, pues es cuando la naturaleza nos ofrece todos sus
colores y aromas en intensidad máxima. Los campos se encuentran verdes,
especialmente cerca de los cursos de agua; los árboles recuperan las
hojas que les arrancó el otoño, ofreciendo un color verde muy
vivo; las plantas se visten de flores amarillas, azules, blancas o
rojas. Y nos llenarán
los aromas del tomillo, de la jara, del espliego...,
especialmente abundantes en los pinares.
Encontraremos fácilmente los contrastes de colores: la línea
roja de las amapolas en los
trigales, el amarillo de la retama sobre el verde de los pinares; el
blanco de la piedra de humilladeros y
ermitas junto al intenso verde de los prados cercanos y, en
el cielo, bien se pueden juntar fuertes azules con nubes intensamente
grises.
Si salimos después de una tormenta o aguacero, podremos
disfrutar de un olor intenso a tierra mojada realmente embriagador
aunque no tiene una pizca
de alcohol.
Esta época del año también recrea el oído. La
calandria,
suspendida en el aire, canta con más
fuerza que en invierno. Y el ruiseñor, recién llegado, nos saluda
oculto en zarzales y arbustos espesos. Ninguna otra ave canta en Europa
como él.
Es la primavera, que
nos ofrece a cada paso su fiesta
alocada y sensual, pero casi momentánea. Tiempo ideal para
pasear en bici y contemplar el paisaje. Al volver a última hora del día
a la ciudad, anónima ante las estaciones, es posible que
recordemos aquellos versos de Salinas:
...mientras haya
memoria que le convenza
a esta tarde que se muere
de que nunca estará
muerta
Otro tiempo excelente para salir al campo es el otoño. Asistiremos al
comienzo del sueño de la naturaleza. A veces nos parecerá que árboles
y viñedos, campos y ríos, bostezan. Ello es debido a la
tranquilidad de las tardes de otoño, tan serenas y apacibles
tantos días. Los cantos de los pájaros no son ahora fuertes como los
que emiten en verano o primavera; muchas de las más característicos
aves, como el ruiseñor, han emigrado ya, los insectos no vuelan ni
molestan, los árboles tampoco se sobresaltan, pues se van quedando sin
hojas.
Pero es ahí donde podemos descubrir el encanto de los paseos otoñales.
La tranquilidad reinante bien nos podrá embargar, y
seguramente nos reconfortará
para volver a trabajar con mayor brío. El otoño, si fuera
medicina, sería un relajante o un inductor del sueño.
Y no hemos hablado de la temperatura, pero la más adecuada para
nuestro deporte es la de primavera y otoño, alejada normalmente de los
rigores invernales o veraniegos.
Uno puede creer que si las bicicletas son para el verano, no son para el invierno. Craso error. Las bicicletas son también
para el invierno. Muchísimos días de invierno, la mayoría, resultan
aptos y agradables para
andar en bici. Todo lo más, pasaremos un poco de frío al comienzo de
la mañana, cuando el sol se levanta. Pero después, a poco que se
muevan nuestras piernas, notaremos caliente el cuerpo entero.
En invierno son muy recomendables los paseos a campo abierto,
donde da bien el sol, y lejos de árboles que, como los pinos o encinas,
sean de hoja perenne. Por eso, se evitarán los pinares y también
las zonas de matorral alto.
Descubriremos la escarcha y el hielo sobre árboles y caminos,
Los ríos, si no llevan mucho caudal pueden ser atravesados por nuestras
máquinas sin mojarnos ya que las zonas heladas se cruzan bien en
bicicleta de montaña; aunque para ello es fundamental no ponerse
nervioso.
A pesar de los siglos de civilización que venimos sufriendo,
bien se pueden apreciar los elementos de la naturaleza. Y no digamos ya
si nos movemos en sus alrededores con la ayuda de una bicicleta de montaña
o todo-terreno. El viento, el agua, la niebla, la nieve.., a su
encuentro salimos, aún sin darnos cuenta, cada vez que nos dirigimos al
campo. Luego, tal vez nuestros caminos no lleguen a cruzarse.
En Valladolid es muy frecuente, aunque no sople
siempre con fuerza. Contra el viento poco se puede hacer; es un
enemigo del ciclista al que hay que saber afrontar sin desanimarse. Con
el viento en contra uno llega a pensar que no avanza; es lo peor que
puede ocurrirnos. Hay que recordar en esos momentos que siempre
avanzamos, aunque sea poco.
Normalmente los vientos vallisoletanos son de componente
noroeste, pero en verano sopla
con facilidad el sureste. Antes de salir conviene preguntarse qué
viento hay y de dónde viene, para planificar un poco la ruta. Cuando el
viento nos va a dar de frente deberíamos buscar el abrigo de pinares,
bosques de encinas, o hileras de
árboles en acequias; se nota bastante. También hemos de ofrecer al
viento una forma corporal lo más aerodinámica posible, volcando el tórax
y la cabeza sobre el manillar. Si vamos en grupo emplearemos la técnica
del relevo, chupando rueda
Nada que decir del viento cuando viene de atrás. Siendo
nuestro aliado alcanzaremos velocidades próximas a un sprinter
cualquiera y tendremos la sensación de volar.
Va a ser muy difícil que nos encontremos con auténticas
nevadas, pero como nuestra bicicleta es todo terreno, conseguiremos
disfrutarlas, si llegan. Claro que todo va en gustos, pues hemos de
reconocer que los copos de nieve, cuando caen, molestan bastante la visión.
Fuera de este ligero inconveniente, no existe grave problema para rodar
con nieve. Iremos relativamente bien si es fina o,
siendo gruesa la capa, si es dura. Rodaremos con dificultad si
la nieve es abundante y blanda.
Al salir en invierno será frecuente, sobre todo por la mañana,
encontrarnos con grandes charcos helados. Si no frenamos ni hacemos
movimientos bruscos con el manillar, no tendremos ningún problema.
También nos encontraremos, si el frío es fuerte,
acequias
y ríos -la Esgueva, por ejemplo-
helados. En este caso los ríos no serán obstáculo sino puerta de
comunicación. Y, si queremos arriesgarnos un poco, podemos circular por
el mismo río. En este caso conviene llevar casco y rodar por zonas no
muy profundas; en todo caso extremaremos la precaución.
Para algunos, pedalear bajo la lluvia es un placer. Para otros,
una molestia. Ciertamente,
si la lluvia es fina, será con facilidad agradable, pues escucharemos
el diálogo acuático
de la naturaleza: hojas, tierra, hierba, incluso los propios cursos de
agua, reciben la lluvia con regocijo. Nosotros...¿vamos a
ser menos? También nos alegrará este elemento
Pero hemos de ir bien preparados. Para un ciclista, tan
importante es el agua que cae del cielo como el que sube de
la tierra gracias a la fuerza centrífuga de las ruedas. Estas recogen
constantemente agua de abajo y la expulsan en todas las direcciones,
mojando especialmente el trasero y la espalda del ciclista. Si llueve,
no hay nada como los chubasqueros y pantalones de plástico con alguna
abertura que facilite la traspiración.
No obstante, recordemos la sabiduría popular:
el agua no
quiebra costillas, pero moja rabadillas.
Es sin duda lo más molesto. Aunque ciertamente tampoco hay nada que pueda compararse a una salida de Valladolid con
niebla, sin ver prácticamente nada, y al terminar de subir la cuesta de
Zaratán encontrarnos repentinamente un ¡hágase la luz! esplendoroso.
Merece la pena.
Si salimos con niebla lo haremos bien abrigados: jersey,
anorak,
pantalones, guantes, gorros, buenos calcetines y calzado. Como los pies
no reciben el calor del sol tienden a quedarse helados: todo será poco
para ellos.
La experiencia nos trasmite mensajes muy sencillos: conviene ir
muy abrigados cuando el frío es intenso y no luce el sol. Con viento
helado de frente también hay que abrigarse. La zona más vulnerable al
frío suelen ser los pies. Unas bolsas
de plástico del tamaño adecuado, cortadas por la mitad verticalmente y
colocadas sobre los rastrales serán muy eficaces contra el frío. También
puede ser vulnerable la cara y cabeza, recomendándose para su protección
un pasamontañas de lana. Y
guantes en las manos.
Contra el calor, lo mejor será evitar las horas centrales del día
y beber en abundancia. Contra el sol veraniego emplearemos gorro y
camiseta, o bien cremas
solares.
Muy abundantes al sur de la Ciudad, en todo el valle del Duero.
Se extienden desde Laguna hasta Tudela, desde Tudela hasta más allá de
Portillo. Al sur de Simancas y desde Puenteduero hacia Viana,
Valdestillas, Villanueva...Son grandes extensiones boscosas en las que
domina el pino piñonero, aunque también pueden ser abundantes los
pinos resineros o negrales. Esporádicamente encontraremos alguna encina.
Estas plantaciones son
posteriores al siglo XIV, ya que es en el XV cuando aparecen los
primeros pinares vallisoletanos que vienen a remplazar a los encinares y
robledales en razón a que estos
últimos
árboles son de crecimiento muy lento. Las
autoridades de aquellos siglos eran incluso más eficaces que las
actuales en las medidas adoptadas para proteger el medio ambiente: miles
de hectáreas fueron plantadas, se nombran guardabosques para cuidarlas y
se imponen multas a los que causen daños en pinares: sabemos que
durante los meses de junio a octubre de 1594 se impusieron un total de
76 multas sólo en Tudela de Duero a campesinos sorprendidos
trasportando haces de leña
seca o verde, pimpollos o simplemente piñas. Todo un ejemplo de política
a seguir, y eso que entonces no había consejería de medio ambiente en
Castilla ni, seguramente, concejales responsables del tema en los municipios.
¿Cómo cruzar los pinares? No es fácil, debido
a que la arena abunda, y la arena es enemiga declarada
de los ciclistas, incluso de los que montamos en todo terreno. Por ello
aconsejamos reservar los pinares para épocas lluviosas, ya que
la arena se húmeda es bastante compacta, y permite una circulación
normal. Hay una razón complementaria más: los caminos en campo abierto
estarán impracticables por el barro mientras que en el
pinar, nunca se formará.
También podemos cruzar los pinares directamente, sin seguir un
camino ya hecho. En este caso la dificultad será mayor, pues incluso
con lluvia, y con manto de musgo húmedo, las ruedas de la bici tenderán
a quedarse clavadas. Conviene funcionar con el plato pequeño.
Por lo demás, el pinar es abundante en plantas aromáticas
durante casi todo el año y en setas durante el otoño. Aún quedan
muchas ardillas, bastantes conejos, liebres en zonas contiguas a
sembrados, pájaros carpinteros, herrerillos, verdecillos y pequeños
insectívoros, sin olvidar nuestro endémico rabilargo, que es semejante a la
urraca pero de color azul y con capirote oscuro.
A pesar de que no sea bosque autóctono, no hay razón alguna
para no conservarlo. Pongamos al menos por nuestro lado la
milésima parte del empeño que pusieron doña Juana o su nieto,
el vallisoletano Felipe II, cuando plantaron los pinares que hoy
disfrutamos.
También tiene su encanto pasear por los encinares, a pesar de
que ya quedan muy pocos en
nuestros alrededores. En
Valladolid, las encinas se suelen presentar
juntamente con los robles quejigos. A veces son más abundantes éstos,
o incluso no existen encinas. En tal caso se denominaran quejigales o
quejigares.
Los robles se diferencian de las encinas en que en invierno se
les secan las hojas, que acaban cayendo. Además, tienen unas
secreciones en forma de globo marrón denominadas gallaras.
El fruto de ambos es la bellota. Ambos pertenecen al género quercus,
de raíces celtas que significan árbol hermoso.
Robles y encinas no son tan
altos como los pinos, y sus bosques son más abiertos, lo cual facilita
la observación de los muchos pájaros y aves que en ellos se cobijan.
El águila calzada se dejará ver con
facilidad en primavera y verano; los alcaudones se enseñorean en sus arbustos; las
palomas torcaces nos hablan con su sonoro batir de alas. Los conejos
continúan siendo abundantes, y frecuentes los rastros de jabalíes.
Los Montes Torozos, situados en el páramos de su
propio nombre, entre Mucientes y Villalba de los Alcores, son de encinas
y quejigos. De ellos se ha escrito que son una hermosa dehesa de
robles, plana como la superficie de un lago, verde como un idilio de
Gesnner, y apacible como un paisaje de Arcadia (García Escobar). En
San Martín de Valvení y Villabáñez también quedan apacibles quejigales
En estos bosques los caminos son agradables y descansados.
Protegen del viento y no ocultan el sol.
Y ofrecen gran cantidad de plantas aromáticas.
Pero hay más árboles en nuestros alrededores, aunque no formen
bosques. Enseguida nos resultaran familiares los viejos almendros,
encargados de dar la bienvenida a la primavera. Suelen encontrarse
aislados y, sobre todo, formando hilera de acompañamiento en los
caminos campestres.
También existen, aisladas, plantaciones de olivos, aunque con
nuestro extremado clima no medran. Como ejemplo acudiremos o a una
ladera del páramo cercana a Tudela. Incluso los hay en la Ciudad,
subiendo al Cerro de las Contiendas.
Junto a los cursos de agua abundan los chopos, álamos, sauces,
alisos y olmos, estos últimos gravemente enfermos y a punto de
desaparecer. En zonas húmedas también distinguiremos
algunos guindos y avellanos.
En zonas cultivadas no faltan, normalmente aislados, moreras,
higueras, nogales, albaricoques, ciruelos y manzanos. Son los restos de
la política forestal de hace quinientos años: una ordenanza municipal
del año 1499, renovada al menos en 1590, obligaba a todo propietario de
viñas a plantar tres frutales por aranzada.
Hacia
el Este, en las laderas de los páramos, y mezcladas con encinas y pinos,
encontraremos sabinas, que nos recuerdan al ciprés aunque son mucho más
bajas y achaparradas.
Parece que etimológicamente
Valladolid significa valle húmedo, y proviene de la palabra
latina vallis
y de la prerromana tol. Lo
cierto es que tanto la Ciudad como sus alrededores están surcados por ríos,
y precisamente en la desembocadura de la Esgueva en el Pisuerga surgió
la Ciudad. A menos de diez kilómetros pasa otro caudaloso río, el
Duero. Cega, Adaja son sus
afluentes cercanos. Bajando de los Torozos tenemos los ríos Hornija y
Ontanija. No faltan tampoco arroyos: Jaramiel, Rodastillo, Madre,
Berrocal, Valcaliente o del Prado.
Todo esto dará a nuestros paseos cierto aire húmedo y recogido,
que unido a los ambientes normalmente secos
de pinares y quejigales,
y abiertos de páramos,
convierten a Valladolid en una zona única para pasear en bici.
Los arroyos y ríos pequeños fácilmente pueden atravesarse en
bici. Para cruzar el Pisuerga y el Duero necesariamente buscaremos vados
y nos echaremos la bici al hombro. Esto en verano, claro. En invierno, o
con fuertes avenidas, más vale ni soñarlo; ahí están los puentes.
Los cursos de agua, aliados con el devenir del tiempo han
horadado los valles de los ríos, han creado las inmensas llanuras del
Duero en Tierra de Pinares, y
han esculpido cerros como el de San Cristóbal o el de San Torcaz, cercanos
a Valladolid, o mamblas como las de Tudela. Sin embargo, han respetado
los páramos, que se caracterizan en
Valladolid por su altitud regular y planicie continua que nada ni nadie
altera salvo los majanos o pedreros que los agricultores han formado con
la ayuda del tiempo. En los páramos no hay cursos de agua. Tampoco hay
fuentes y, si existieron, han formado un valle con su correspondiente
arroyo. Ya no es páramo propiamente dicho.
Son más bien desérticos. En ellos no hay núcleos humanos. Para
los ciclistas aventureros el encanto del páramo está, precisamente, en
su agresividad; su atractivo se encuentra en su falta de atractivo para
los asentamientos. Precisamente en los Montes de Torozos es donde más
lejana encontramos la mano del hombre, y en los quejigales y campos de
cereal de los páramos es donde encontramos todavía en abundancia
zorros, liebres, conejos, perdices, sin contar otros animales que como
las calandrias o las alondras no son habitualmente cazados por el
hombre.
Son los páramos muy apropiados para excursiones de invierno, otoño
y primavera. No conviene adentrarse en ellos si ha llovido mucho, pues
la abundancia de yesos y arcillas dificultará gravemente nuestra
marcha.
A nadie se le ocurrirá salir a pasear de noche. Sin embargo, más
de una vez se nos puede hacer de noche, y bien oscura, antes de volver a
casa. Incluso podríamos retrasar deliberadamente la vuelta para
disfrutar unos momentos de la noche, pues posee no pocos atractivos,
pues nos ofrece la contemplación de estrellas y planetas, cosa prácticamente
imposible en la ciudad; tendremos la posibilidad de percibir animales,
escuchando los cantos territoriales de las rapaces nocturnas, y
gratuitos conciertos de grillos en verano. Quien sea amante de todo esto
podrá preparar alguna salida -o vuelta- nocturna si tiene, además, un
poco de buen ánimo
Estas incursiones no conviene hacerlas solo, pues si algo nos
ocurriera nadie nos vería. Es fundamental equiparse con una linterna o
foco para alumbrar el camino y, si circulamos por una carretera
transitada nos será necesaria una luz trasera; son adecuadas las
fluorescentes rojas.
Orión y sus Tres Marías, las Pléyades y Aldebarán, todos los
astros se nos dejaran ver especialmente en las noches de invierno,
cuando más alejado está el sol:
No
hay lunita más clara que la de enero / ni
amor tan querido como el primero".
Las puestas de sol siempre liberan belleza. Se nos permite
contemplar al astro rey, fuente de vida, unos momentos antes cegador y
unos instantes después oculto.
Cualquier estación es buena para esta contemplación, pero
avanzada la primavera contaremos -si estamos en zona arbustiva o
boscosa- con el frenético y alegre canto del ruiseñor.
Una puesta de sol es para el alma lo que, a esas horas una
reparadora cena para el cuerpo. O más
Vamos
a cruzar con nuestras bicis un paisaje no sólo palpitante de vida y
color, sino también lleno de historia y arte. Igual que se nos ofrecen
los árboles y las nubes como presagio de un tiempo que vendrá,
podremos averiguar por vestigios y señales humanas algo sobre la vida,
costumbres y preocupaciones de los antiguos -o simplemente, anteriores-
habitantes de estos alrededores.
Nuestra
historia no puede ser más rica. Hombres prehistóricos de hace miles de
años nos han dejado útiles y objetos artísticos en Fuensaldaña,
Cigales o Simancas, y en casi toda la ribera del Duero; el Pisuerga es
nombre celtíbero y celtíberos fueron los habitantes del Soto de
Medinilla; los romanos se establecieron en nuestros valles con
fortificaciones -Simancas, Cabezón-, vilas (El Prado), puentes y un
sinfín de vías; los godos dejaron su impronta en Wamba; los mozárabes
en los vallejos perdidos de los
Torozos; los leoneses llegaron también a los montes Torozos y luego a
Valladolid; los castellanos, al Valle Esgueva y a Tudela, cruzando luego
toda la línea del Duero e incluso del Pisuerga.
De
la edad media quedan no pocos testimonios arquitectónicos y no digamos
ya de épocas posteriores.
La
bici nos acerca ¡maravillas de la técnica! a nuestros antepasados.
Descubriremos construcciones apenas catalogadas, ruinas de puentes y
murallas, aljibes, cruces, grutas, caminos abandonados, aunque todo tuvo
-y tiene- su razón de ser. Su mera presencia ya nos está contando su
propia historia, aunque para que tenga algo de sentido habremos de
preguntar a los más viejos del lugar e investigar en libros y archivos.
Una tarea apasionante, en todo caso. Una posibilidad más que nos ofrece
la bici, siendo nosotros libres de interrogar al paisaje o, simplemente,
contemplarlo.
Otro
aliado de la bici es el mapa. Leeremos en él como en un libro abierto.
Descubriremos cañadas y veredas donde sólo hay caminos y carreteras;
rebollares, robledos y robladillos donde ahora sólo existen, como
mucho, árboles aislados; nos hablan de campos llenos de fuentes y
arroyos; de innumerables majuelos. Nos dicen dónde abundó la pesca (El
Pesquerón) o la caza (Páramo del Perdigón). Sin embargo,
en el mapa escasean los nombres de pinares, a pesar de que ahora pueblan
buena parte de nuestro Duero.
Seguir
un mapa es introducirse en un mundo insospechado; un mapa y una bici nos
trasportan a una realidad nunca pensada. Y todo ello, sin dejar de ser
una guía segura en nuestras andanzas.
A cada golpe de pedal hemos visto -o veremos- cómo desfilaban los
diferentes elementos de la naturaleza, los páramos y los valles, las
plantas y animales. También la obra realizada por el hombre forma parte
del paisaje: ¿puede entenderse Castilla sin adobe, o tierra de Campos
sin palomares? Los alrededores de Valladolid se encuentran salpicados
de puentes, ermitas, cañadas, tapiales, pozos... Y, como los árboles o
los ríos, se nos ofrecen también a la contemplación, y algo dentro de
nosotros nos pregunta ¿quién habitaría este caserío hoy
en ruinas?, o ¿quién pudo construir este pozo, que todavía hoy
conserva agua, en medio de páramo tan agreste?
Será difícil
responder a estas preguntas, pero tal vez los pastores y lugareños
puedan ayudarnos a encontrar noticias ciertas.
Todos los pueblos tienen al menos una fuente. Hasta hace unos años el
agua procedía directamente del manantial. Hoy, o bien es tratada con
cloro, o se ha secado la fuente y proviene de un depósito que se surte
de una captación subterránea. Es una pena, pero abundan las fuentes muertas, que ya no dan agua, tanto en los pueblos
como en pleno campo
Al llegar a
una localidad preguntaremos por la fuente. No sólo para beber;
también para escucharla -si el agua surge de continuo- haciendo un
breve y fresco alto en el camino. Las fuentes nos dicen muchas cosas de
sus pueblos. Por ejemplo, que ya no hay lavanderas (sólo recuerdo
haber visto una, en Villavaquerín) y por lo tanto, los lavaderos de las
fuentes van a menos; tampoco el ganado abreva ya en los pilones. Es la
época del agua corriente -o del camión cisterna- y las fuentes
van quedando relegadas a un plano mucho más secundario. Pero eso no les
quita encanto. Más bien se lo añade.
Son
encantadoras las fuentes que surgen en medio de la naturaleza,
normalmente en las riberas de los ríos. Algunas han sido preparadas por
el hombre, con labores de piedra o ladrillo. Otras surgen directamente
de la tierra y, a lo sumo, están encauzadas por una teja colocada al revés
Capítulo
aparte merecen algunas fuentes que han aguzado el ingenio del hombre. Ahí
tenemos las Arcas Reales, diseñadas por Juan de Herrera y que
suministraban el líquido elemento a nuestra Ciudad desde que en tiempo
de Felipe II se iniciara su construcción. Donde surge el manantial -en
Argales- hasta las fuentes del centro de la Ciudad hay una distancia de
más de seis kilómetros y parece que hubo más de 60 registros,
que son arcas. Hoy en la zona de la captación podemos observar
las primeras, que aún se conservan en buen estado
Junto
a las fuentes iremos descubriendo merenderos, algunos de los cuales
todavía se llenan de gente cuando el clima es caluroso o simplemente
agradable.
Como en los páramos no hay fuentes ni arroyos, el hombre ha excavado
pozos. No tienen la misma finalidad que las modernas
perforaciones, realizadas para regar. Los pozos de los páramos
sirvieron para dar de beber al ganado. Se encuentran sobre todo junto a las cañadas, y muchos de ellos todavía hoy conservan agua, e incluso
un cubo con cuerda para subirla.
Tanto
el brocal como las paredes son de piedra. Como ya casi no se usan,
los pájaros duermen y anidan entre sus agujeros y grietas.
Algunos están protegidos por una caseta que puede ser continuación del
mismo brocal. Al lado tienen abrevaderos o artesas.
Las casas de nuestra zona son de adobe o de piedra, o de ambos
materiales. Me refiero a las tradicionales, claro. Por lo general,
predomina la piedra, ya que en los páramos se encuentra fácilmente, a
escasos metros de profundidad, como puede
apreciarse en las cuestas.
Abundan las casas de piedra en Simancas, Villanubla, Fuensaldaña,
Cigales, Renedo, Tudela, Villabáñez... Muchas nos ofrecen un sencillo escudo sobre el dintel de
la correspondiente puerta.
En
los Montes de Torozos existen aisladas casas de labranza.
Bastantes están en ruina, abandonadas, y en ellas podemos descubrir la
distribución típica de la planta: cocina -con chimenea-, despensa,
cuartos, cuadras, corrales... Hoy son lugares tranquilos, bañados por
cierto espíritu romántico, y apropiados en invierno para
descansar un poco aprovechando cualquier pared que nos proteja del
viento y no nos quite el sol (en invierno, claro).
Tienen su encanto los tapiales de barro, rematados por tejas.
En
general, las construcciones de la zona nos transmiten un claro mensaje
de sencillez, sobriedad y buen gusto, tres virtudes que escasean en la
construcción moderna.
Poco diremos sobre los caminos, que forman una tupida red y que sirven,
sobre todo, para unir núcleos urbanos con casas o tierras de labor.
Prácticamente
todos son buenos para desplazarse en bici, aunque algunos pueden tener más
arena o grava de la deseada. Los mapas del Ejército y del Instituto
Geográfico nos servirán para conocer los caminos de la zona con cierto
detalle, aunque ni están todos los que son ni son todos los que están.
A fuerza de recorrer kilómetros por ellos iremos modificando el mapa
que nos sirvió de base: señalaremos los nuevos y tacharemos los
inexistentes.
Algunos tienen nombre sugerente: camino de las Culebras (de Valladolid
hacia Renedo, por la margen izquierda de la Esgueva) o camino de la
Mujer Muerta (de Zaratán hacia una subestación eléctrica al S.O.)
Suelen ser de la misma tierra que atraviesan, si bien son
abundantes los de piedra compactada que sirvieron -y sirven- para unir
poblaciones (Renedo y Tudela; Cigales y Ampudia), y quedan incluso
algunos metros de calzada romana (Valoria la Buena). Existen también
senderos que discurren junto a ríos y canales, o que nos llevan a
cerros y lugares vedados a vehículos de cuatro ruedas.
Cuando un camino ha de cruzar un río, nos encontraremos un
puente. Antes había también vados -algunos se utilizan todavía en río
menores, como el Adaja o el Cega- y barcas -como la de Herrera-. Algunos
puentes actuales ya existían en época romana: Cabezón,
Puenteduero o Simancas, aunque han sido reconstruidos. Otros son más
modernos, como el puente de Boecillo o el de Tudela. De otros, en fin, sólo
quedan restos, como el de la Cistérniga en Fuentes o el de Peñalba de
Duero.
Y
también hay puentes para el ferrocarril y para los canales, sin contar
los que hay sobre ellos.
En
todo caso, el puente, cualquier puente, nos ofrecerá una perspectiva
nueva del río, además de sernos de gran utilidad. Y veremos cómo el
agua pasa por sus ojos, luego de cortada por los tajamares.
Toda España -de manera especial las dos Castillas, León y Extremadura- está
surcada por las denominadas cañadas, que son -que fueron- caminos para
el ganado trashumante. Valladolid y sus alrededores están
prendidos en esta red y gracias a estas vías pecuarias podemos ver
desde otra perspectiva nuestro paisaje.
Las
cañadas se diferencian de un camino corriente por su anchura. Aunque
varían, su anchura era de alrededor de 75 metros, para que las
ovejas circularan sin ahogos, pudieran comer al menos lo indispensable,
y los dueños de los campos limítrofes no se vieran perjudicados.
Normalmente discurren por los páramos, evitando la tierra más fértil.
Con el trascurso del tiempo se van pareciendo más a los caminos
normales, pues se utilizan también para el paso de vehículos
agrícolas, y la zona montaraz va perdiendo terreno en favor de la
cultivada y en perjuicio de la propia cañada, a pesar de que estas vías
no están sometidas al derecho privado. Cordeles y veredas son vías
pecuarias de menor anchura.
Cerca
de Valladolid pasan la Cañada Real Leonesa (oriental), y la Cañada
Real Burgalesa, entre otras. Los agricultores de los páramos han
sido muy respetuosos para con estas vías pecuarias, ya que en muchos
tramos de estos lugares conservan anchuras originales. (Para comprobarlo
tenemos dos cañadas parameras: al norte de Tudela una, y entre el Valle
Esgueva y s. Martín de Valvení, la otra).
El
Honrado Concejo de la Mesta fue creado en 1273 por Alfonso X, limitándose
a reconocer y dar carácter oficial a una organización ya
existente. Las ordenanzas de la Mesta se conservan aprobadas por
los Reyes Católicos en 1492. Una ley de 1996 protege estas vías.
Los canales contribuyen a dar a Valladolid su fisonomía propia.
Abastecen de agua la Ciudad y convierten en regadío varios miles de
hectáreas a lo largo de su recorrido
Para
nosotros constituyen un camino peculiar, especialmente apto e idóneo
para el verano. Normalmente, a un lado del canal discurre un sendero
practicable para la bici. No se pueden coger grandes velocidades por la
estrechez de la vía, que a veces, entre el follaje, oculta raíces y
pequeños agujeros. pero, en compensación, obtendremos un sendero sin
cuestas, protegido del sol y del viento por los árboles y arbustos.
A
Valladolid llegan dos canales. En primer lugar -por ser el más antiguo-
el de Castilla, que se construyó durante los siglos XVIII y XIX como vía
fluvial hacia Cantabria. Hay tramos del canal en que el camino de sirga
ha sido cubierto por las hierbas y zarzas. Eso hará que nos bajemos de
la bici para recorrerlo a pié. Con una "todo terreno" nos
resultará bien fácil.
Aunque este canal desemboca en el Pisuerga a la altura del Puente Mayor,
si lo vamos a recorrer en bici saldremos de la dársena, en el barrio de
la Victoria. La excursión será interesante. No faltan chopos, álamos
y olmos. Preparados para estudiar las diferentes esclusas, verdaderas
obras de ingeniería, con sus antiguas fábricas de harinas. También
veremos puentes, alguno del canal sobre un arroyo, como el del Berrocal.
El
canal del Duero nace en Quintanilla de Onésimo, pasa por Sardón,
Tudela, Laguna y llega a Valladolid para cruzar bajo la Esgueva en sifón
y desembocar en el Pisuerga. Está perfectamente practicable en todo su
recorrido, y los chopos asegurados hasta el Polígono San Cristóbal.
Especial encanto tienen las acequias que parten del canal. Una de ellas
nos llevará desde el Barrio de las Delicias hasta casi Pesqueruela.
Otra podemos tomarla en Laguna y, después de unos seis kilómetros, nos
dejará en el Duero.
Nuestros ríos y arroyos están salpicados de molinos. Muy pocos quedan
en pie aunque, donde los hubo, hoy reconocemos las denominadas pesqueras. Suele ser lo único que queda del molino en los ríos
grandes o medianos: una represa de piedra atraviesa el río, formando un
remanso arriba y una corriente abajo.
Los
pescadores tienen querencia por estos lugares, pues de sobra conocen que
a los barbos grandes les encanta la ova, hierba o alga filamentosa verde
que se cría en las corrientes más fuertes.
Con
las fábricas de harina los molinos se hicieron innecesarios y hoy han
caído en el río del olvido. Las pesqueras son un elemento
más de nuestro paisaje. Todos y especialmente los del Duero nos cantan
al caer del agua esa cancioncilla del poeta castellano:
...Molinero es mi amante
tiene
un molino
junto
a los pinos verdes
cerca
del río.
Al principio nos llamarán la atención las ermitas construidas en las
afueras de las poblaciones, en cruces de caminos. Se llaman humilladeros
(de humillarse, ponerse de rodillas) y estaban colocados en lugares
estratégicos para que los caminantes pudieran rezar allí, sin
necesidad de salirse del camino. Muchos están en ruinas o han
desaparecido. Otras quedan en pié.
Ejemplos de éstos los tenemos en Tudela (ermita de la Quinta Angustia)
y Villabáñez (Cristo de la Guía). Nos dejaron admirados al
contemplarlos, tal vez por su impresionante sencillez, conseguida
gracias a sus proporciones puramente cuadrangulares.
Las
ermitas no se diferencian de los humilladeros salvo en que no tienen por
qué estar en un cruce de caminos, pero son también sencillas,
realizadas en piedra o mampostería.
En
las inmediaciones de ermitas y humilladeros se encuentran con frecuencia
cruces de piedra o cruceros
Todos los
pueblos de los alrededores tienen una ermita o iglesia dedicada a la
Virgen, variando el nombre de la advocación: del Villar, del
Compasco, del Pozo Bueno, de la Encina, de Viloria.
Mención
aparte y muy especial merecen las iglesias de los pueblos, que cada vez
son más conocidas y, por ende, valoradas: tenemos desde el románico más
puro y sencillo hasta el románico más español, el mozárabe (Arroyo
de la Encomienda y Wamba, respectivamente); gótico (Laguna de Duero,
Simancas, Tudela).
Y el
resto de las iglesias también destacan, pero no las citamos aquí
porque, repetimos, son ya muy conocidas.
La
uva va a los lagares, y de ahí a lo profundo de la bodega, donde el
zumo de uva será trasformado en vino, y del bueno.
Nuestras bodegas -aún quedan en todos los pueblos- están cavadas
en peña y suelen contar con un pasillo de entrada llamado cañón al
que se accede por una puerta de madera, un lagar, y las estancias de la
bodega, denominadas sisas. Hay bodegas con pozo y todas suelen tener
tragaluces por los que se ventilan y entra algo de claridad.
Entrada
de un chozo. Mucientes Son pequeñas construcciones aisladas en el
campo. En nuestra zona solamente quedan algunos de piedra en trance de
convertirse en ruina. Los de barro ya desaparecieron. Su finalidad
consistió en guardar los aperos y ofrecer, en caso necesario, refugio
al labrador. Su originalidad estriba en que se cierran en una cúpula
formada por piedras que asientan perfectamente.
Abundan en los Torozos y en el Valle Esgueva. aunque los hay en casi
todos los demás pueblos. La mayoría de los antiguos están semiderruidos y, desgraciadamente, hoy se tiende a construir palomares
que muy poco o nada tienen que ver con los tradicionales.
Tienen una forma circular o cuadrada.